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Palabras del Señor Comandante General de las Fuerzas Militares, General Alberto José Mejía Ferrero en homenaje al señor General (RA) MANUEL JOSÉ BONETT LOCARNO QEDP.

General Alberto José Mejía Ferrero, Comandante General de las Fuerzas Militares

portada

El señor General BONETT LOCARNO nació en Ciénaga, Magdalena, el 25 de junio de 1939.

Sus padres, Pedro Bonett Camargo y Albertina Locarno Pumarejo, cultivaron en él aquellos principios y valores que le harían no solo un ciudadano honorable, sino también un soldado integral y un humanista de reconocidas condiciones.
 
Hay detalles de la vida de mi general, en particular de sus orígenes, que no pueden quedar en el olvido pues son parte del patrimonio cultural de los colombianos. Por ello, debo recordar que doña Albertina, su señora madre, formó y educó junto a su esposo a 12 hijos. Esta respetada matrona, conocía a la perfección la región Caribe su geografía, cultura y genealogía. Ella fue visitada en innumerables ocasiones por Gabriel García Márquez junto a su progenitora, quien escuchándola obtuvo un cúmulo de datos, historias y anécdotas, que tiempo después nutrieron las páginas que escribiría nuestro nobel como fabulador de imaginación y creatividad incomparable, logrando impulsar ese realismo mágico del cual el caribe colombiano y Ciénaga, fueron filón para su inspiración.
 
De su padre don Pedro, se decía que era un extraordinario conversador, tenía la anécdota oportuna para cada ocasión. Dueño de una vasta cultura, poseía una memoria prodigiosa capaz de registrar los párrafos más notables de los últimos libros leídos. No en vano la biblioteca pública municipal de Ciénaga lleva su nombre.
Estos detalles que muchos desconocen, ofrecen una mirada sobre un hombre que desde niño recibió una formación en la que la historia, la cultura y la conversación amena eran parte de su cotidianidad. El hábito de lectura que cultivó en su juventud, producto de su interés por el conocimiento, sumado a un gusto por la práctica de diversas disciplinas deportivas, le distinguirían por el resto de sus días.
 
Ingresó a la Escuela Militar de Cadetes en febrero de 1957. Lejos de los suyos, en medio de incomodidades propias de la época, el entonces cadete Bonett, al igual que sus compañeros, supo sortear con intrepidez cada obstáculo, animado por una profunda vocación por la profesión de las armas.
 
Uno de sus alféreces, el señor Mayor General de la reserva activa Juan Salcedo Lora, quien se convertiría en amigo y confidente hasta el final de sus días, recuerda como sus superiores admiraban sus habilidades deportivas y una prodigiosa voz que por instantes les distraía del rigor castrense. Desde esa época era un gran conversador, por ello el alférez y el cadete se encontraban cuando el primero anunciaba que tenía “Yarda y media de lengua disponible para hablar”, lo que daba inicio a deliciosas tertulias caribeñas en medio del frío bogotano que albergan los muros de esta escuela. 
 
Ascendió a subteniente del arma de artillería el mes de diciembre de 1960, junto a 89 compañeros, en tiempos del presidente Alberto Lleras Camargo, integrando el curso "General Ambrosio Plaza”, que fue destinado al Batallón de Artillería No. 1 Tarqui con sede en Sogamoso. En los primeros años como oficial, fue descrito por quienes fueron sus comandantes, como un oficial disciplinado, con un especial don de mando y dominio de sí mismo, cualidades que con el tiempo iría fortaleciendo hasta alcanzar las más altas dignidades. 
 
El 10 de mayo de 1964, siendo orgánico del Batallón de Artillería Tenerife con sede en Neiva, salió rumbo a Marquetalia al mando de 30 hombres y 12 mulas para una operación, que por sus dimensiones estratégicas, jamás olvidaría. Allí, relataría años después mi general, vio nacer un nuevo Ejército, más moderno y experimentado, pero además fue testigo de excepción de la forma en que por primera vez las Fuerzas Militares desplegaban todo su poderío logístico y operacional.
 
Posteriormente, haría parte de unidades como la Escuela de Artillería, el Batallón de Artillería Antiaérea Nueva Granada, la Escuela Militar de Cadetes y Superior de Guerra; fue ascendido a Brigadier General en 1988; comandante de la III Brigada en Cali entre 1989 y 1990: Jefe de los Departamentos de Operaciones e Inteligencia de las Fuerzas Militares y comandante de la II División en Bucaramanga entre 1994 y 1995.
 
Fue Director de la Escuela Superior de Guerra, donde fundó la Cátedra Colombia en 1996, con un discurso inaugural del maestro Germán Arciniegas. El propósito de este espacio académico, en palabras de mi general, era el de contribuir desde el estamento castrense al debate y la generación permanente de ideas provenientes de todos los matices políticos y económicos. En esa actividad, que generó no pocos comentarios en la opinión pública, intervendrían personajes como el nobel de literatura Gabriel García Márquez, amigo entrañable de muchos años; y el expresidente, Alfonso López Michelsen,  entre otros.  Vale decir que la cátedra aún perdura y preserva la filosofía que le dio origen.
 
Fue Comandante del Ejército en 1997 y Comandante General de las Fuerzas Militares en 1998, por lo que tuvo que enfrentar complejos momentos que supo gestionar y liderar en favor de nuestras instituciones, además de sufrir un atentado en Santa Marta que por poco le cuesta la vida. Se retiró del servicio activo en agosto de 1998.
 
Fue Embajador ante el Gobierno de Grecia entre 1999 y 2000, hecho que lo marcaría profundamente por su afinidad con la historia y la cultura de la antigüedad. En 2001, se vinculó a la cátedra universitaria en el área de Estrategia y Seguridad Nacional en las Universidades Sergio Arboleda, Cesa y El Rosario, donde fue profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Políticas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Fue delegado de la Presidencia de la República, ante el Consejo Superior de la Universidad del Magdalena. Gobernador del Departamento del Magdalena, donde es recordado con gran cariño y admiración por sus coterráneos.
Fue miembro de la Academia Colombiana de Historia Militar, de Historia de Buga, Santander y Norte Santander y miembro honorario de la Academia Bolivariana de Historia; Conferencista del Centro Cultural de Atenas y de la casa de América en Madrid; participó en diferentes escenarios disertando sobre: “Historia de la Civilización Griega”, “Origen del Teatro Clásico”, “los retos a la seguridad de la Unión Europea y América Latina”, entre otros. Creador de la Cátedra de Estudios Olímpicos en cuatro universidades del país, en asocio con el Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad de Barcelona y de la Real Academia Olímpica de España.
 
 
En un retiro que jamás se hizo efectivo, pues además de llevar en el alma a su Ejército, era dueño de una desbordante actividad; se dedicó a la investigación y a tender puentes entre la academia y las Fuerzas Militares. También a releer a Aristófanes, Aristeo y Píndaro, así como al montaje de una de sus obras de teatro preferidas: Lisístrata. De igual manera, siguió cultivando la historia, la ópera, la literatura y la poesía. Así mismo, adelantó trabajos académicos sobre el conflicto colombiano, los procesos de paz, el terrorismo y su incidencia en el Grupo Andino, análisis y comparación geopolítica de Colombia y Venezuela, entre otros.
 
Complementó su amplio bagaje en temas de seguridad, defensa e historia, al graduarse como filósofo en la Universidad Santo Tomás, en alta gerencia en la Universidad de los Andes, en administración de recursos de la Escuela Superior de Administración Pública y Derecho Internacional Humanitario en San Remo, Italia.
Era amigo de tertulias en las cuales lo ameno no restaba a lo profundo. Son memorables aquellas que sostuvo con Gabriel García Márquez, Virgilio Olano, Juan Gossaín y mi general Salcedo, entre otros. Hace tres años creó un simposio en Bogotá, alrededor del cual se reunían personajes de la vida nacional y amigos entrañables, para debatir sobre la realidad nacional. Legado que deja en manos de doña Elvira Cuervo de Jaramillo, reconocida dama experta en temas relacionados con la cultura.
 
Pero además, su vocación como maestro le llevó no solo a transmitir conocimientos, sino, al decir del filósofo francés Juan Jacobo Rousseau, a hacerlo todo incluso sin hacer o decir nada, pues bastaba su ejemplo y presencia. Así, viajaba en el tiempo con sus alumnos de la Universidad de Rosario, quienes reconocían estar frente a un hombre de aquellos que transforman la vida, porque han sido parte activa de la historia.
 
Pero quizá, el mayor legado que deja como ser humano no son sus medallas o condecoraciones, ni los cargos ocupados, ni los honores que le hayan sido dispensados, su principal heredad es haber formado una maravillosa familia fortalecida en el amor, en la solidaridad y en la unidad. Una familia de la cual se constituyó en referente y ejemplo de tolerancia con las ideas, opiniones y creencias de los demás; de responsabilidad con los deberes y obligaciones; de aprovechamiento de la libertad como la facultad que permite al ser humano tomar decisiones y actuar según su inteligencia y voluntad.
 
Algo que debo destacar de mi General fue su talante propositivo, su ilusión permanente por un país reconciliado y en paz, pero también su disenso respetuoso y el afán por la excelencia educativa en las Fuerzas Militares.
 
El respeto que profesó por quienes estaban en el ejercicio del mando era absoluto, pues sabía que cada época de la historia trae sus propios afanes y responsabilidades. Así lo afirmó en la última reunión de señores generales y almirantes de la reserva activa, donde comentó que juzgar el presente bajo la mirada del pasado, no es siempre lo más prudente ni lo más acertado. Todo ello hace de este insigne soldado, un hombre que por su ejemplo seguirá siendo protagonista de la historia, un soldado para todos los tiempos.
 
Mi General Bonett, puede usted estar seguro que la institución continuará su marcha y seguirá avanzando impulsada por la fuerza que le otorga su pasado, por la grandeza de su historia y por los proyectos de futuro a los cuales contribuyó usted, como tantos otros viejos guerreros, de forma significativa.
 
El negro de la divisa artillera hoy se torna aún más luctuoso, adornando las banderas de guerra y los estandartes de las unidades que recogieron sus pasos. Allí, en la memoria de quienes hacen parte de las mismas, quedará la huella imborrable de sus servicios, de sus palabras y en especial de su liderazgo, que al igual que en cada peldaño ascendido y hasta la más alta jerarquía de las Fuerzas Militares de Colombia, alcanzó con honor y con tal dignidad que la historia como testigo de los tiempos reconocerá.
 
Se podrá decir entonces, que este valiente soldado de artillería y ciudadano ejemplar, cumplió con su deber, tengan la plena seguridad que jamás se desmontará la guardia en su honor, pues su pensamiento seguirá inspirando las formaciones de soldados fieles al juramento a la bandera que proseguirán la lucha, con la esperanza que ofrece la oración a la patria pronunciada cada noche en nuestros cuarteles:
 
¡Seguir viendo una Colombia grande, respetada y libre!
Gratitud eterna, mi General… ¡Deber antes que vida!