Pasar al contenido principal

Rómulo Rozo, la bachué y el indigenismo en Colombia

Paula Angélica Díaz Conteras

portada

En Colombia, durante los años 20, el arte académico tan defendido y alabado por Laureano Gómez se encontró con la “rebeldía” que significó el Arte Moderno proveniente de las nuevas corrientes que surgían en Europa.

Nuevas técnicas, nuevas perspectivas y nuevos objetos dignos de representación se opusieron a la tradición del retrato típico de las familias burguesas del país. Uno de los más dignos representantes de este periodo fue Rómulo Rozo, un bogotano nacido el 13 de enero de 1899. Desde pequeño, Rozo se destacó por sus habilidades artísticas: a sus 17 años le fue otorgada una beca en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá con el escultor Rodríguez Villar por sus habilidades para tallar un busto para el embajador de Chile en Colombia, el señor Diego Dublié Urrutia. A partir de allí, su talento no dejó de abrirle nuevas oportunidades dentro del mundo del  arte: en el mes de diciembre de 1923, dos años después de haber ejercido como profesor de escultura en el Instituto Central de Bogotá (1921), Rozo viajó a Europa para estudiar en varias de sus academias más prestigiosas de arte.

De Europa visitó primero España, en donde estudió dibujo en la Escuela de San Fernando de Madrid y en la Escuela de Arte, Artistas y Artesanos de la misma ciudad hasta 1925. Ese mismo año, fue invitado a participar en la exposición de Arte de Decorativo en París, en donde se le reconoció con una medalla de plata por su obra Golpeador de Puerta. De este modo, Rozo llegó a Francia en donde estudiaría en la Academia de Bellas Artes de París (1925-1926); en la Academia Julian (1926-1930); en la Academia Colarossi y en la Grande Chaumiére de París (1926-1928). Adicionalmente, el país galo significó para el boyacense su participación en diferentes salones de artistas y exposiciones tales como el salón de Otoño en París (1926); la Exposición de Bellas artes en la Salle des Fêtes de Deauville (1927); las pinturas murales que realizó en el Palacio del Arte Decorativo de París (1927); la Exposición del Círculo París-América Latina (1928) y en el Salón de Artistas Franceses, en el que se destacó por su escultura Dos serpientes Sagradas (1928) (COLARTE, 1979, párr. 1). No obstante, ninguno de estos países europeos logra ser tan relevante en la vida artística y personal de Rómulo Rozo como lo fue México, país en el que viviría hasta su muerte el 17 de agosto de 1964, el mismo día que le entregaron la carta que lo naturalizaba como mexicano.

 México se volvió la segunda patria y el lugar definitivo de residencia de Rómulo Rozo, eso quiere decir que el artista no volvió a Colombia desde su partida en 1923. Su viaje por el país latinoamericano inició en 1931 cuando el presidente Eduardo Santos, padrino del primero de sus dos matrimonios, lo nombró como agregado cultural de la embajada de Colombia en ese país (El Tiempo, 2013, párr. 7), puesto que le brindó la oportunidad de trabajar en la Secretaría de Educación Pública del gobierno como profesor de escultura en colegios públicos. Posteriormente, en 1933, en la Universidad Nacional Autónoma de México se desempeñó como docente en la Escuela Central de Artes Plásticas de la capital. Así pues, Rozo decide establecerse en México definitivamente y llega en 1946 a la ciudad de Mérida, en el estado de Yucatán, para dar clases de escultura en la Escuela de Bellas Artes de Mérida (COLARTE, 1979). Esta ciudad, además de convertirse como en su segunda tierra, sería el epicentro su obra más reconocida y querida por el pueblo mexicano: el Monumento a la Patria, en el que durante 11 años de trabajo sobre piedra maciza (1945-1956) el artista esculpió alrededor de 300 imágenes que cuentan la historia de México. Hoy en día, este monumento es calificado como “el símbolo más evidente de la mexicanidad del pueblo yucateco, marcado por sus movimientos de lucha contra el centralismo (…). Es también una síntesis del México precolombino, que lucha por liberarse de la opresión española, que busca en la Reforma su consolidación como país, que vence la opresión del hacendado y que hoy vive en la modernidad”  (Diario de Yucatán, 2014, párr. 1).

Llegados a este punto, es pertinente conocer cuál era la propuesta de Rómulo Rozo como artista. Frente a esto, vale la pena resaltar, tal y como lo hace Álvaro Medina en El arte colombiano de los años veinte y treinta (1995), que gracias a los estudios que realizó en el viejo continente, el escultor se dio cuenta de que América Latina, a pesar de sus particularidades, respiraba un solo clima y de que él, como artista, despreciaba profundamente los cánones y virtudes impuestos por el academicismo. Lo anterior explica el origen de obras como El Tequendama (1927), Bochica, dios todopoderoso de los chibchas (1927) Serpiente sagrada (1928);  las cuales dieron prueba de que el rumbo artístico de Rozo giraría en torno al indigenismo y a su interés por atender “el llamado de la tierra” (Medina, p. 41) y a ese clima en particular que se sentía en Latinoamérica. Sin embargo, su obra fue criticada por su falta de fidelidad con las costumbres indoamericanas, ya que se identificó en sus esculturas el desconocimiento de las características propias de las culturas indígenas y una referencia a las herramientas orientalistas que encontró en el Museo de Louvre.

De todas formas, tales críticas no impidieron que su obra Bachué (1929) se convirtiera en un distintivo de una generación de artistas que dio origen al grupo de los Bachué. Este grupo de jóvenes intelectuales, conformado por Darío Achury Valenzuela, Rafael Azula Barrera, Darío Samper, Tulio González, Juan Pablo Valera, Ramón Barba y Hena Rodríguez, publica el 15 de junio de 1930, en las Lecturas Dominicales de El Tiempo, la Monografía del Bachué inspirada en la obra de RozoDicha monografía se vio como una reflexión que buscaba “promulgar la ruptura con la tradición a través de un pensamiento nacionalista que exploraba con orgullo el pasado y la labor del campo” (El Tiempo, 2013, párr. 1) lo cual implicaba que “el excesivo elogio a lo foráneo debía terminar tanto en la literatura como en las artes plásticas” (Ibíd.). Por lo tanto, los Bachué buscaron una expresión artística sensata que incluyera dentro de sus manifestaciones los legados del colonialismo en la cultura latinoamericana. En consecuencia, y gracias a la forma de operación de este nuevo movimiento, se logró la apropiación y exaltación de los valores autóctonos de orden estético y cultural.

Así pues, los Bachué insistieron en representar su pasado sin evocar nostalgia o promover chovinismo, es por esta razón que Tulio González afirmó que “no es nuestra intención ir contra la cultura extranjera (…) cuyo reniego sería una estupidez montaraz (…) los Bachué perseguimos la formación de un nacionalismo trascendente, amplio, ancho y abierto a todos los vientos de renovación (…) (González en Medina, p. 51). Entonces, el objetivo no era volver a lo indígena, sino dotar al arte colombiano de “sabor criollo”, en palabras del artista plástico Juan Pablo Varela (Varela en Medina, p. 51). De este modo, la visita de Rómulo Rozo a Europa significó para el artista una reflexión en lo originario, y por ende, un intento de “responder el llamado de la tierra nativa” (Azula Barrera en Medina, p. 49). Igualmente, dicho contacto con el viejo continente permitió la determinación de lo propio y la conformación de una identidad distante de la europea que terminó en la promulgación de un nacionalismo autóctono que influiría en el desarrollo artístico y cultural de la región, tal y como pudo verse que sucedió con los Bachué (Ricardo Arcos Palma, 2013).

Para concluir, teniendo en cuenta varios de los más grandes momentos de la vida artística de Rómulo Rozo mencionados a lo largo del presente artículo, es imprescindible que el artista sea recordado como “el líder de la primera vanguardia en la plástica colombiana” (El Tiempo, 2013, párr. 7), título que lo deja ocupando un lugar destacado en la estética del país que lo hizo influyente entre los círculos de literatos, los artistas plásticos y los escultores; sin olvidar que su legado fomentó la creación de grupos afines como lo fueron la boina vasca y albatros. No obstante, no se puede dejar de lado que el crecimiento de este artista y su posterior eco dentro del mundo del arte colombiano son consecuencia de su salida al extranjero; que la nación colombiana no conoce la relevancia de este artista en su propia historia del arte y que hoy, el pueblo yucateco sigue recordando a Rómulo Rozo como el artista extranjero que supo representar fielmente su identidad.   


Referencias bibliográficas

ARCADIA. (2016). El Proyecto Bachué: los modernistas relegados. Obtenido de http://www.revistaarcadia.com/impresa/arte/articulo/arte-bachue-grupo-m…

Arcos-Palma, R. (2013). La Bachué: una diosa chibcha en el apogeo del nacionalismo. En C. Padilla, La Bachué de Rómulo Rozo: un ícono del arte moderno colombiano. Bogotá D.C.: Fundación Proyecto Bachué.

COLARTE. (1979). Diccionario de Artistas en Colombia. Obtenido de Rómulo Rozo: http://www.colarte.com/colarte/conspintores.asp?idartista=1442

Diario de Yucatán. (2014). Monumento a la Patria: símbolo de mexicanidad del pueblo yucateco. Obtenido de http://yucatan.com.mx/merida/ciudadanos/monumento-a-la-patria-simbolo-d…

El Tiempo. (2013). Una vanguardia. Obtenido de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-13149086

Medina, Á. (1995). El origen de los bachués. En El arte colombiano de los años veinte y treinta (págs. 48-59).

Bogotá D.C.: Colcultura.

Medina, Á. (1995). Universidad y el arte moderno. En El arte colombiano de los años veinte y treinta (págs. 17-43). Bogotá D.C.: Colcultura.

Reporteros hoy. (2012). Recuerdan a Rómulo Rozo. Obtenido de http://reporteroshoy.mx/wp/recuerdan-a-romulo-rozo.html